martes, 23 de junio de 2009

Luz Cegadora

Me quedé perdida en esa hipnótica mirada largo rato.

Esos ojos me dejaban sin palabras, sin acciones que realizar.

En uno de los peores momentos de mi vida, estaba contemplando un poco de luminosa y brillante luz entre toda la oscuridad, surgiendo de la nada.

Permanecí en silencio, las palabras no salían de mis labios, aunque me moría por hablar, por cerciorarme de si era cierto lo que veía.

Él me había enseñado a vivir la vida, aunque yo hubiera fallado en el intento.

Él me había enseñado que tenía que ser yo ante todo, y no seguir a la multitud, sencillamente hacer lo que me gustaba, lo que quería, lo que me pidiera el cuerpo en cada momento, sin importarme lo que pensaran los demás.

Él...me lo había enseñado prácticamente todo.

Y cuando por fin lo tenía delante, me había quedado callada, como una idiota, hipnotizada por esos ojos azules que se clavaban en mí, atravesándome.y haciéndome sentir totalmente indefensa.

Indefensa e increíblemente pequeña.

Pero sentía que si apartaba mi mirada de ellos, desaparecería.

Eso supondría alejarme de esa luz cegadora y volver a sumirme en la profunda oscuridad que me rodeaba desde hacía algún tiempo, como una noche eterna.

No era una oscuridad tangible, era como un aura que me rodeaba desde hacía algún tiempo, cuando habían empezado a desaparecer mis ganas de vivir, mis motivaciones, cuando sencillamente, había empezado a perder todo por lo que luchar.

Y ahora, frente a aquellos ojos azules, cristalinos, transparentes, volvía a recordar que debía luchar, renovando mis ganas de vivir, de seguir adelante, de no temerle a nada, de VIVIR, como no lo había hecho nunca.

lunes, 22 de junio de 2009

Luz cegadora

Al final me levanté.

No estaba dispuesta a aguantar así más tiempo.

Miré hacia arriba. El sol ya había salido y brillaba en el cielo, como una esfera incandescente.
Era curioso como algo así era tan estrictamente necesario: luz, calor, vida...
Pero al mismo tiempo, también era curioso cómo algo así podía ser tan destructivo.

Supongo que eso forma parte de la esencia de todas las cosas...Algo bello puede ser destructivo, pero ese es el mecanismo que utiliza la naturaleza: las cosas bellas nos atraen, hasta que estamos lo suficientemente cerca como para quemarnos, y es entonces cuando sacan todo lo oscuro, cuando ya estás demasiado cerca o fascinado como para huir.

Súbitamente, miré a mi alrededor. Dónde estaba???

Ovbiamente no lo sabía.

Se me había olvidado mencionar que me hallaba con mis padres en Los Ángeles, debido a un viaje de trabajo de mi padre, aunque no entendía por qué me habían llevado con ellos (oh sí, para que no hiciera ''fiestas de esas con orgías y alcohol'' en casa durante su ausencia).

Bien, ahora tenía un problema. Otro problema.

De acuerdo, quizás fuese el momento de huir de todo. Al fin y al cabo, ya me había escapado no? Era el momento de ser libre, de olvidarme de todo, de empezar una nueva vida, desde cero.
Ovbiamente les avisaría de que estaba bien, pero no aún. Prefería que sufrieran un poco ante la perspectiva de que me hubiera pasado algo. Quizás así se dieran cuenta de algo, por mínimo que fuera.
Sí, les dejaría sumergirse en la incertidumbre total y absoluta.

Bien, había un problema ante esa perspectiva de huida no planeada: no había cogido dinero, ni abrigo, ni ningún recurso que por supuesto, me haría falta. Y por si fuera poco, el sueño estaba empezando a invadirme y a hacerse cargo de mí cuerpo, que ya no me respondía.

Sólo podía sentir mis párpados, como dos lápidas que caían pesadamente sobre mí.

Sin importarme nada, me acurruqué en el rincón en el que momentos antes había derramado mis lágrimas y dejé que el dulce Orfeo se apoderará de mí con su lira.



No sé cuantas horas pasaron, pero cuando abrí los ojos, volví a encontrarme bajo esa cúpula estrellada en la que me había refugiado el día anterior.

Saqué el paquete de tabaco y cogí un cigarro. Sólo quedaban 3 más. Definitivamente, debería poner fin al problema del dinero cuanto antes, pues además del mono que podría producirme la falta de nicotina y alquitrán en mi sangre, mi estómago rugía pidiendo algún tipo de alimento que en esos momentos no podía proporcionarle.

Me levanté, y comencé a caminar.

Ante la perspectiva más optimista que en ese momento albergaba (estaba comenzando mi camino hacia ninguna parte, con el único objetivo de encontrarme a mí misma y conseguir mi libertad) la ciudad se presentaba ante mis ojos con una belleza que no había podido apreciar la noche anterior, sumida en mis delirios.

Las farolas de formas curiosas se levantaban ante mí, iluminando el camino. A un lado y otro de la calzada había parques oscuros de frondosos árboles, casi sin hojas, por hallarnos en un final de otoño bastante frío.

Me interné en un parque cercano, con la idea de buscar cobijo entre algún arbusto o matorral en el que poder pasar la noche. Caminé entre pequeños caminos de tierra, crucé un puente de madera que se levantaba sobre un estanque bajo y finalmente llegué a un claro oculto entre varios árboles, que se alzaban desnudos, extendiendo sus ramas hacía el oscuro cielo.

Miré a mi alrededor. Nadie.

Me senté, respiré hondo, y me tumbé hacía atrás.

Realmente, tenía hambre. mucha hambre.

Creo que de repente y sin avisar, como era su costumbre, mi coraza volvió a desmoronarse. No entendía por qué tenía que verme en una situación así, por qué había tenido que huir de casa para conseguir un poco de libertad, por qué no podía ser alguien normal.

Crujido. Había oido un crujido.

Otro.

Alguien se acercaba.

Sequé mis lágrimas y me puse a la defensiva.

Se acercaba cada vez más.

De repente un gato salió de entre la maleza, y me miró con unos ojos reflectantes que le daban un aspecto algo espeluznante.

Se acercó, y me ronroneó.

Creo que se me dibujó una sonrisa en la cara ante el contacto con el animal. Me encantaban los gatos y éste era el primer contacto cálido que tenía en varias semanas.

Me levanté, y el gato me siguió, sin apartar de mí esa profunda mirada.

Continué andando por el parque, con una mezcla de miedo e intriga en mi interior, ante la perspectiva de que una adolescente de 17 años fuera hallada completamente sola caminando por un parque, lo que podría suscitar ciertas tentaciones en vagabundos y drogadictos que por allí se hallaran.

De pronto, oí algo. No sabía qué era. Me acerqué.

Aún no era capaz de distinguir qué pasaba.

Pero me llamaba la curiosidad. A gritos esta vez. Así que seguí avanzando con cautela.

Cuando me hallaba lo suficientemente cerca como para que mis ojos, acostumbrados ya a la oscuridad, pudieran distinguir algo, sólo pude divisar el contorno de una figura echada hacia adelante, abranzando sus rodillas. De vez en cuando, esa figura daba un puñetazo al aire o suspiraba con rabia.

En ese momento sentí una conexión con esa figura sin identificar que, no obstante, me resultaba vagamente familiar.

Me acerqué más, y súbitamente, la figura se volvió, mirandome con unos ojos azules que yo conocía muy bien.

No podía creérmelo. No. No. No. No podía ser.

Me quedé absoluta y completamente paralizada. No podía mover ni un músculo.

Reconocía muy bien ese pelo lacio, negro, un tanto grasiento, que le llegaba a la altura del pecho. Reconocía a la perfección esa delgadez suscitada por el consumo de drogas sin medida.
Esa nariz un tanto puntiaguda que sobresalía medianamente de una cara alargada. Esa boca que en ocasiones se curvaba en una sonrisa un tanto maquiavélica y que otorgaba al sujeto una expresión peculiar. Reconocía esos pequeños lunares distribuidos aleatoria pero equilibradamente en su rostro.

Y reconocí (cómo no) sus ojos.

Sus ojos. Azules. Azules brillantes. Esos ojos hundidos, abiertos, sobre cejas pobladas, pero que irradiaban un brillo inigualable.

Nunca me habían gustado especialmente los ojos azules, me parecían fríos, sin ningún tipo de calidez, simplemente me recordaban a témpanos de hielo que penetraban con la mirada a aquellos que osaran mirarlos fijamente, en un acto de prepotencia y superioridad.

Menos esos ojos. Esos ojos que, normalmente, miraban curiosamente a su alrededor. Esos ojos que, en esos momentos, me estaban atravesando y que me hacían sentir desnuda ante su propietario.

Esos ojos eran de un azul no demasiado claro, con pupilas dilatadas, y desataron un terremoto en mi interior, que yo no dejé entrever.

Estaba paralizada.

Pues esos ojos, desprendían, a pesar de la oscuridad, muchísima luz. Demasiada luz.

Una luz cegadora.

sábado, 20 de junio de 2009

Luz Cegadora

Y allí estaba, sentada en el suelo con la espalda apoyada contra aquella pared desnuda, de ladrillo, que ahora hacía que mi dolor se hiciera un tanto físico también.
Intentaba luchar desesperadamente, una y otra vez, pero sentía que cada vez me costaba más, como cuando un pájaro trata de levantar el vuelo con un ala rota.
A veces, hasta tenía que luchar contra mí misma, tal vez para no razonar y obedecer a las leyes que no hacían más que dictarme.
Por eso y mucho más, había creado aquella barrera que minutos antes se había desmoronado por primera vez en mucho tiempo.
Para poder luchar por más tiempo.
Para poder sentirme mejor, conmigo misma y con el resto del mundo.
Para no poder mostrar la debilidad que a veces afloraba en mi, queriendo salir a la superficie.
Para poder plantarle cara a toda esa gente que no hacía más que pensar que tenía cierto poder sobre mí.
Para...en resumidas cuentas, para TODO.
Y en aquel momento me había quedado libre de toda defensa.

Miré fijamente a la nada, ya que todo estaba completamente oscuro y no conseguía ver nada a través de la espesa oscuridad.
Sentí un dolor agudo en uno de mis brazos, supongo que se me había levantado la piel al roce con el ladrillo, aunque no me importaba en absoluto, es más, preferiría levantarme toda la piel del cuerpo, sangrar, tal vez para así morirme desangrada, ya que en esos momentos ya no me sentía bien para nada. Ni para vivir, ni para luchar. Para nada.
Sentí como una lágrima discurría por todo mi rostro, llegando hasta mi mentón y luego cayendo de allí sobre mis piernas.
Y seguí llorando. Hasta quedarme sin lágrimas.

viernes, 19 de junio de 2009

Luz cegadora

Seguí caminando, no sé por cuantas horas, el frío me quemaba, pero aún así no era capaz de sentirme humana.

Tampoco sé cuántos cigarrillos se consumieron en mi boca de labios agrietados y llenaron mis pulmones de un humo negro, pero daba igual, ya estaba suficientemente consumida por dentro, ya nada me importaba.

Tenía muy claro que lucharía hasta el final, pero mis recursos eran escasos y no dependían de mí.

Anhelaba esa sensación de libertad, el no tener que dar cuentas a nadie más que a mí misma, el ir donde me apeteciera cuando me apeteciera, hacer lo que quisiera cuando quisiera.

Las horas pasaban, las farolas apenas iluminaban mi camino, y a partir de cierta hora de la madrugada (puede que fueran las 3, quizás las 4) dejaron de iluminarlo, pues empecé a callejear por callejuelas carentes de luz.

Me sentía bien en la oscuridad. Me sentía sola, pero era lo más cercano que había a mi funesta realidad. Así podía recordar constantemente que debía aprender a valerme por mí misma, porque NADIE se queda para siempre.

Recuerdo que, llegado cierto punto de la noche, no pude contenerme más, mi coraza de aparente fortaleza se desmoronó como un castillo de naipes, y me vi sumida en la más densa y triste desesperación.

Me apoyé contra una pared agrietada, de ladrillos gastados, pues las aristas ni siquiera me dañaban la espalda cuando me golpeaba contra la misma.
Quería gritar, desahogarme de algún modo, echar a correr a ninguna parte, pero por favor, necesitaba que esa sensación desapareciera.

Lentamente me dejé caer, notando como los ladrillos friccionaban mi espalda.

Dos lágrimas surcaron mis mejillas, al principio solo dos, pero luego ya no pude parar.

Estaba completamente perdida en mí misma, me ahogaba en mi propio pozo de oscuridad, y, aunque tenía muy claro que debía seguir hacia delante sin mirar hacia atrás, no podía evitar que una sensación de desolación me embriagara, cerrando todos los conductos que conectaban a mi alma con el mundo.

Dí una honda calada al cigarrillo que en esos momentos tenía en mi mano derecha.

La calada me relajó bastante, no había nada como un cigarrillo en un momento como este.


Luchar...a veces era más difícil de lo que creía, pero aunque no me hubiera dado cuenta, llevaba luchando desde que tenía razón de ser.

Bueno, en definitiva, todos luchamos, unos más que otros, y por razones muy distintas, pero al fin y al cabo todos luchamos.

Tal vez mi rebeldía me había hecho luchar más que el resto del mundo, pero a mí me parecía algo satisfactorio, ya que lo que hacía era expresar mi opinión al resto del mundo, no como quería a veces, pero así lo hacía.


Miré hacia el cielo, aquella cúpula oscura en ese momento, que nos cubría a todos. Ni siquiera cuando estaba lejos de todo el mundo, fuera de todo, me sentía libre.


Por momentos sentía que mi alma se iba apagando poco a poco, por no saber como encontrar esa luz, que hacía que la llama que era mi alma se avivara, pero mientras no le encontrara un sentido a mi vida, nunca lo conseguiría.

Me levanté, y volví a comenzar a andar sin rumbo. No sabía a dónde quería ir, tampoco sabía a dónde llegaría, pero en ese momento todo me dió igual, solo tenía la esperanza de encontrar mi solución a todo en ese momento. Sabía que era casi imposible, pero ya no sabía en que creer.

miércoles, 17 de junio de 2009

Luz cegadora

Mis padres no entendían que yo me sentía bien haciendo las cosas que hacía, escuchando mi música que ellos calificaban de "berridos inaguantables", vistiendome de negro, queriendo ir a conciertos y saliendo por las noches.

Sencillamente no comprendían que yo tuviera otra vida al margen de la vida familiar. Jamás entendieron mi admiración por el cantante de mi grupo favorito, áquel al que idealizaba, áquel que tanto me enseñaba.

Bert McCracken. Vocalista de The Used.

Nunca lo entenderían, y no aspiraba a que lo hiciesen (bueno, quizás sí, quizás sólo anhelaba un poco de comprensión por su parte). Pero él me había enseñado a vivir. Después de mis muchas malas experiencias en todos los ámbitos, sólo había podido agarrarme a su filosofía de vida como a un clavo ardiendo. Él me había enseñado que la vida merecía la pena vivirla y que no bastaba con vivirla, que había que disfrutarla.
Era una de esas personas con una luz propia que te dejaba ciego al mirarla, porque a pesar de su aspecto de lo más común, tenía un brillo interior que lo hacía destacar por encima de cualquiera.

Él me enseñó a luchar por mí misma, y eso era justo lo que iba ha hacer.

Obviamente este no había sido el motivo de discusión con mis padres, simplemente un aliciente que para mí era importante, pero debido a la intransigencia de mis padres y a mi rebeldía innata que me impulsaba a contradecir todo aquello que me impusieran, se formaba siempre una mezcla explosiva que hacía insoportable la situación.

Encendí un cigarro con una mano temblorosa y un mechero cuya débil llama recordaba el poco esplendor que tenía mi alma, ya casi apagada por las desilusiones y la baja autoestima.

Nunca me había aceptado a mí misma, y ahora estaba en uno de los peores momentos en cuanto a eso.

Me miré las piernas, estaba harta de ellas, si no fueran necesarias me las amputaría. Igual que mi sobresaliente abdomen. Apenas comía a lo largo del día, únicamente cuando me faltaban fuerzas, pero aún así me seguía viendo igual de obesa, mi cuerpo me repugnaba.

Pensé en Bert, en lo que me había enseñado, en confiar en mí misma.

Puede que no pudiera aceptarme a mi misma, pero sí podía confiar en mí misma para lograr mis objetivos.

Anhelaba poder ser como él, poder tener ese brillo, esa luz interior que tanto me llamaba la atención simplemente por ser una cualidad de la que yo carecía.

En ocasiones sentía que tenía todo bajo control.

En ocasiones veía mi objetivo a años luz.

Pero tenía que seguir luchando, nadie dijo que fuera fácil, verdad?

Luz cegadora

Cuando ya comenzaba a cansarme de andar bajo aquella fría noche que, aunque estrellada, no ayudaba en nada a mis perdidos pensamientos, me senté en un saliente de una de las aceras de esa asquerosa callejuela, que, como mis ideas, no llevaba a ninguna parte en concreto.

Sabía que nadie me comprendía, que nadie sabía lo que era sentirse como yo, y dudaba mucho que alguien fuera capaz de hacerlo alguna vez. Así sólo lograba que aflorarán cada vez más pensamientos que se enlazaban en una espiral contradictoria en la que yo misma me ahogaba.

Decidamente, no podía más.


Luz cegadora

Era una noche de invierno, estaba estrellada, pero el frío me helaba los huesos. Había salido corriendo de casa, no soportaba a mis padres, estaba harta de todo, de mí, de mi cuerpo, de mi cara, de mis manos... No podía más.

Sentía que a pesar de estar rodeada de gente, estaba completamente sola, pues la actitud de la gente no iba más allá de los simples formalismos que los seres humanos empleamos para fortalecer las redes sociales que luego serán beneficiosas para conseguir nuestros objetivos.

Estaba harta de la hipocresía y sobretodo, de las convicciones morales "socialmente aceptadas". Eché a correr por la fría calle, maldiciendo mi memoria por no haberme acordado de coger el abrigo cada vez que sentía una punzada de frío en alguna extremidad o articulación de mi cuerpo.

Por qué era todo como era?

No podía comprender al ser humano, no podía entender el por qué de sus reacciones... Una vida guiada totalmente por lo material, donde se olvidan los sentimientos reales o se fingen simplemente por complacer al otro, aunque no se sientan.

No sabía hacia dónde me dirigía, sólo caminaba, y caminaba, pero sin rumbo fijo.

Sólo sabía que por mucho que corriera, tendría que pararme y llegar a alguna conclusión productiva sobre mí misma, sobre lo que quería hacer con mi vida.