miércoles, 22 de julio de 2009

Luz cegadora

De repente sentí que desde hacía ya algún rato tenía la boca seca, por lo que respondí con una afirmación a su pregunta lo más amablemente que pude.

Me quedé unos minutos más contemplando la estancia. Estaba maravillada ante la forma de vivir que llevaba, a pesar de que no fuera un sitio de lo más acogedor, a mí me lo parecía.
Desde siempre estube acostumbrada al riguroso orden que llevaban mis padres en casa, a pesar de que yo no hacía caso a ese orden en mi habitación. Pero sin embargo me extrañaba ver ese peculiar desorden en casa de Bert, y por muy difícil de entender que resulte, esa extrañeza me encantaba.

El fino hilo de mis pensamientos fué roto por su voz, que sentí que me llamaba todavía desde la cocina. Me dirigí hacia allí, no sin cierta curiosidad.

La cocina mostraba la misma clase de orden que el resto de la casa que ya había visto. Aparté con el pie una lata de cerveza que se interpuso en mi camino justo cuando estaba a punto de entrar en la cocina, y tomé el vaso de agua que me ofreció.
Bebí todo el líquido del recipiente de un solo trago, haciendo desaparecer ligeramente esa sensación que se había instalado en mi boca desde hacía algún rato, aunque no se hubiera desvanecido del todo.
En ese momento me dí cuenta de que Bert no había separado su vista de mí desde que había entrado en la estancia, como si su mirada se hubiera quedado fijada en mi de alguna forma.

Dejé el vaso sobre la encimera no sin antes dedicarle una mirada, perdiéndome una vez más en sus ojos azules, del color del hielo, que tanto me apasionaban una y otra vez.

Fué él quién dejó de mirarme para encaminarse a la sala. Yo lo seguí, no tenía pensado quedarme allí, y menos de apartarme de él, no en ese momento.

Se sentó sobre el sofá, y yo me senté a su lado sin saber que hacer o decir. Su mera presencia bloqueaba todos mis sentidos. Por lo normal haría lo primero que se me pasara por la cabeza, pero con él todo era diferente.

Siempre pensaba que la gente que me rodeaba no se merecía mi atención, creo que por eso me comportaba como usualmente hacía.
Pero él captaba todos mis sentidos. Mis cinco sentidos estaban puestos en él, y de esta forma, no reaccionaba ante nada más que no fuera él.

Su mirada volvió a buscar la mía, como si pretendiera que nos comunicásemos de esa forma. Y una vez más, me perdí en sus ojos azules, acercándome más a él inconscientemente. Me pareció que a él no le importó, es más, me pareció que le gustó aquello que hice, pero no sabía como reaccionar ante eso todavía.

Quise dejarme llevar, si el quería hacer algo que lo hiciera, yo no iba a hacer nada. En parte creo que era porque en verdad tenía miedo de hacer algo mal, de ahí mi falta de valor.

Y así me quedé, demasiado cerca de él, pero sin el valor suficiente como para acercarme más, mirando fijamente sus profundos ojos azules que irradiaban esa luz que tanto me había cegado pero que ahora tanto me ayudaba a comprenderlo todo.
Y solo haciendo eso, me sentí como en el cielo.

martes, 7 de julio de 2009

Luz Cegadora

Tenía los ojos fijos en mí. No entendía que podía encontrar tan interesante, porque me observó comer sin decir una sola palabra, con esa sonrisa fugaz que aparecía de repente.

Mientras me observaba, bebía su copa en tragos considerables.

Cuando terminé mi sandwich, alcé la cabeza, y por primera vez, reuní el valor necesario para sonreirle.

Llevábamos en silencio prácticamente 20 minutos, pero en ese momento el silencio se hizo más profundo, tenía una consistencia tangible, pero a la vez agradable, pues era uno de esos silencios llenos de significado.

Uno de esos silencios que se crean no cuando no hay nada que decir, sino cuando sobran las palabras.

Se levantó de repente, se terminó su copa de un trago, y me cogió del brazo para levantarme, sin que pudiera reaccionar o tan siquiera probar mi café.

Salimos a las calle. Debía de ser la 1.30 de la madrugada.

En ese momento mi cuerpo era una auténtica bomba de relojería. Todo me había pillado por sorpresa, aún no me había dado tiempo a asimilar que estaba en un bar tomando algo acompañada de Bert, cuando de repente, se producía un contacto que no había esperado.

Tenía la mano fría, los dedos largos, las venas marcadas dibujaban surcos azules en aquella pálida superficie...Y me apretaba.

Apretaba mi mano, produciéndome un éxtasis de sensaciones contenidas, caóticas, contradictorias.

No sabía si reír o llorar de la felicidad, no sabía si centrarme en la sensación de euforia que me producía su contacto, si dejarme llevar por los nervios que me hacían temblar como un flan o, por el contrario, deleitarme en el revoltijo que se agitaba en mi estómago.

Eso sí, no podía pronunciar ni una sola palabra. Sólo podía caminar, intentando seguir su ritmo, con la mirada clavada en sus playeras negras, que se movían a una velocidad que me resultaba difícil seguir sin hacer movimientos que podrían calificarse como un ''trote''.

Las baldosas grises de la acera se movían rápidamente, al igual que los círculos luminosos formados por la luz naranja de las farolas.

Andamos a su paso una media hora, y sobre las 2, se detuvo, de repente.

-En qué piensas?

A qué venía esa pregunta?? Me estaba desconcertando de verdad. Esos cambios tan repentinos y sin sentido aparente, contrastaban en mi cabeza, y formaban un entresijo de pensamientos que chocaban impidiéndome reaccionar.

-Me desconciertas.

Soltó una carcajada. Por un momento tuve la sensación de que se estaba burlando de mí. Mi cara de perplejidad debió de ser un cuadro.

-Por qué?

-Porque de repente me coges, me levantas, y me traes a un sitio que desconozco por completo, sin soltarme la mano en todo el trayecto, y me preguntas que pienso.

-Simplemente me gustaría saber cómo te sientes. Todo esto es muy repentino, y no quiero que por un momento te sientas incómoda. Sé que tengo cambios bruscos, de hecho me pasa constantemente, pero no lo puedo controlar. Cuando algo se me viene a la cabeza, simplemente lo hago, me dejo llevar por el impulso.

-Cuál ha sido el impulso que te ha hecho sacarme del bar a toda prisa y traerme aquí?

-Este.

Y se acercó, lentamente, con los ojos abiertos, sin parpadear ni una sola vez, fijándolos en los míos. Cogió mi cara con suavidad, y alzándola por la barbilla, me besó.

Sus labios eran suaves, estaban húmedos y se movían a la perfección, compenetrándose con los míos, que simplemente se entregaron a ese beso sin que yo pudiera controlarlos.

Su lengua humedecía el interior de mis labios y se fundía con la mía en un juego perfecto.

Terminó el beso agarrando con suavidad mi labio inferior entre el suyo y sus dientes, y volvió a mirarme a los ojos, ya que cuando los abrí sólo pude sumiergirme en ese océano azul que era su mirada, al tiempo que me ahogaba en las sensaciones que se apelotonaban en mi interior, luchando por salir.

No soy una chica que sienta con facilidad. A decir verdad, me cuesta bastante sentir, abrirme a otras personas y cuidar de los que me rodean. Normalmente voy a mi bola, vivo en mi mundo y soy bastante cerrada.

Muchos chicos habían intentado romper mi coraza en vano y habían salido perjudicados en el intento, causándome a mi un grato remordimiento de conciencia por haberles hecho daño, y la agradable sensación de ser un témpano de hielo.

Bert destruyó mi teoría desde los pilares. Me demostró que sí podía sentir.

Pero mis propias emociones me desbordaban y estaba perdida entre el asombro que me causaba estar sintiendo todo aquello, y la euforia por todo aquel caótico conjunto de sentimientos que se arremolinaba en mi interior.

No estaba sintiendo exclusivamente lujuria. Era mucho más. Era como un subidón que trepaba por mi estómago, pero que al mismo tiempo me paralizaba. Era una sensación de flojera cada vez que lo miraba a los ojos, y al mismo tiempo unas ganas irremediables de lanzarme hacia sus labios y poder volver a disfrutar un beso como aquel.

Y la sensación que primaba y que, al mismo tiempo, era la que más me gustaba de todas, era la de una conexión increíble, eléctrica, que desembocaba en un cariño infinito, una admiración profunda y una comprensión mutua.

Sin articular palabra, volvió a cogerme de la mano, haciendo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal, pero esta vez con una suavidad y una dulzura infinitas.

Sacó una pequeña llave metálica, algo oxidada, del bolsillo de sus vaqueros desgastados, la introdujo en la cerradura de una pequeña puerta negra, bastante vieja, y la giró hacia la derecha.

Una vez en el portal de aquel pequeño edificio, guardó la pequeña llave de nuevo en su bolsillo, y, sin soltarme la mano ni un segundo, caminó hacia unas escaleras que bajaban por un pasillo oscuro y húmedo.

Al bajar las escaleras, agarrándome con la mano que me quedaba libre a la vieja barandilla chapada en rojo, que no ofrecía ninguna seguridad por la poca sujección que presentaba, miré a mi alrededor, y sólo pude observar, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, una pequeña puerta de madera roída y astillada, sin ningún tipo de indicación sobre ella. Ni número ni letra. Nada.

Bert volvió a sacar una llave, esta vez una algo más grande, plateada, pero igualmente desgastada y oxidada que la anterior, y abrió la puerta, que emitió un agradable chirrido.

Al mirar en su interior, vi un pequeño espacio con un sofá, un cuarto a la derecha que parecía una cocina, uno al fondo que supuse que sería el baño, y otro a la izquierda del salón, cuya puerta entreabierta dejaba ver una cama deshecha.

Todo estaba completamente desordenado, no había nada en su lugar. Y me encantó. Me encantó el caos que contemplaba, porque en él se reflejaba la personalidad de Bert. La ropa sin doblar, tirada por toda la estancia. La pequeña mesita del salón con un cenciero repleto de cigarrillos apagados, aplastados, dejando un olor a tabaco que se extendía por todo el local. Dos cojines deshilachados bajo el sofá, que estaba arrugado. Los botellines y latas de cerveza podían encontrarse en cualquier rincón, ya fuera la mesita del salón, el suelo, o encima de la repisa del lugar donde se coloca el papel higiénico (nunca he sabido cómo se llama semejante objeto), por no hablar de velas consumidas por todo el salón, calzoncillos decorando la televisión o los restos de droga (presumiblemente cocaína) que quedaban encima de la mesa.

No se preocupaba por que todo estuviera perfecto, simplemente él vivía ahí (cosa que me gustó aún más, pues podría haber vivido en un flamante chalet o una imponente mansión en las típicas calles clónicas americanas en las que ambos lados de la acera presentan las mismas estructuras, separadas entre sí por jardines exquisitamente cuidados) y usaba sus cosas cuando le apetecía. No tenía por qué tener un orden ni seguir pautas para vivir cómodamente, asignando un lugar concreto a cada objeto. Simplemente hacía lo que le apetecía y dejaba las cosas donde le daba la gana. Me encantó esa faceta.

Por primera vez soltó mi mano, se dirigió a la cocina y preguntó desde allí:

-Quieres agua?

domingo, 5 de julio de 2009

Luz Cegadora

Caminamos largo rato, en silencio. Ninguno de los dos decía nada.

Me dediqué a mirar fijamente al suelo mientras andaba, como solía hacer cuando no tenía nada mejor que hacer o decir, pero en este caso era, simplemente, que no me atrevía a levantar la mirada. Creo que él hizo lo mismo , pero no estoy segura, ya que mi mirada solamente seguía el movimiento de mis pies.

Sentía que, si lo miraba demasiado, él pensaría que en realidad lo había estado siguiendo, y que todo lo que le había dicho antes tal vez lo había fingido para conseguir estar con él.

No quería que pensara que era una de esas fans histéricas. Nunca lo había admirado por el simple hecho de ser famoso, o el cantante de mi grupo favorito. Si me había calado tan hondo, era porque me sentía identificada con él, con la honestidad de sus letras, y admiraba profundamente su personalidad, por no haber tenido los recursos necesarios y haber luchado por sus sueños hasta el final.

Tragué saliva ante el pensamiento de que pudiera confundir mis intenciones..

Ahora que lo tenía a mí lado, sentía que tal vez mis sueños no fueran tan inalcanzables.

Por una vez mis pensamientos no fueron oscuros, si no algo más optimistas, como si estuvieran iluminados tenuemente por primera vez, por la luz que me había inundado desde el momento en el que me quedé contemplando sus ojos.

Entramos en un bar pequeño, algo cochambroso y poco concurrido. Nadie había en las mesas, y sólo dos hombres de aspecto sospechoso ocupaban la barra.

Nos sentamos en una mesa junto a una de las ventanas.

Una mujer de aspecto descuidado nos atendió. Llevaba el pelo canoso recogido en un moño, del que sobresalían algunos mechones. El delantal que lucía, presentaba un color grisáceo y estaba repleto de manchas de aceite y de grasa.

En ese momento me dí cuenta de que, a pesar de llevar dos días sin comer, tampoco tenía tanta hambre. Mi estómago ya se había acostumbrado a estar vacío, y no quise forzarlo demasiado. Era algo positivo.

Pedí un café, y a pesar de todo, lo acompañé con un sandwich de manteca de cacahuete.

Él pidió una copa de Jack Daniel's.

Esperamos silenciosamente a que nos trajeran lo que habíamos pedido, y en cuanto llegó, comencé a comer con avidez sin poder evitarlo.

Cuando me quise dar cuenta, él me estaba mirando, sin saber exactamente con qué expresión hacerlo.

Frené mi impetú, y por fin pude ver en él una sonrisa. La primera vez que lo veía sonreír desde que lo había encontrado.

Fué una sonrisa fugaz, pero para mí fué suficiente.

Si por fin había visto verdadera luz al mirar sus ojos azules, en el momento en que una sonrisa se reflejó en su rostro,esa sensación fue mucho más intensa.

Jamás me había sentido así, y dudaba volver a hacerlo en años, por lo que dejé que su luz me inundara nuevamente, llenando cada hueco de mi ser, hasta que me sentí lo suficientemente bien como para llegar a la conclusión de que la etapa de oscuridad acababa de terminar y viviría de verdad, al máximo, y lucharía por cumplir todos mis sueños, por imposibles o difíciles que fueran.

En ese mismo instante supe también que la huella que dejaría Bert McCracken en mi vida sería inborrable, y que la marcaría para siempre.

Luz cegadora

-Quién eres?

Pude atisbar un pequeño halo de curiosidad en su mirada, pero no sonrió.

-Me llamo Alex - Balbuceé como pude esas tres palabras, ya que, aparte de la cohibición que sentía por estar frente a mi ídolo, siempre me sentía algo estúpida cuando me preguntaban mi nombre, pues era el diminutivo de Alexia y parecía un nombre claramente masculino.

Si bien, mi nombre era una de las pocas cosas que me gustaban de mí. Me gustaban los nombres de chico en una chica, ya que yo siempre había sido bastante distinta a las chicas que me rodeaban...

Nunca jugué con muñecas, ni me ponía vestidos, ni me maquillaba... Quería ser una persona natural, sin necesidad de los potingues que utilizaban las chicas de mi edad para realzar su imagen.
Odiaba eso. Odiaba que la imagen externa fuese tan importante en la sociedad.

Una cosa era vestir a una manera muy propia, o llevar el pelo de una u otra forma....pero últimamente sólo veía chicas increíblemente recargadas, que fomentaban el auge de la superficialidad y que sólo se interesaban en la moda y en los hombres.

-Qué haces aquí?

Estaba a la defensiva. Obviamente creía que era una fan histérica que le había seguido en su peor momento y estaba invadiendo su intimidad, cuando realmente yo ni siquiera sabía que él estaba en Los Ángeles.

-Me he escapado de casa y he acabado aquí.

Su rostro se relajó y la suspicacia con la que me miraba, se tornó en una ligera comprensión.
Pude distinguir una media sonrisa.

-Siéntate- dijo señalando un pedazo de césped junto a él, cubierto de hojas secas.

Me acerqué. Poco a poco. Despacio. Tenía que calmarme, el corazón me iba a mil por hora y temía que las piernas me fallaran de un momento a otro.
Me senté, no demasiado cerca de él, pues temía estallar en mil pedazos al mínimo roce con la tela de sus pantalones gastados.

-¿Por qué te has escapado?

-Estoy harta de mis padres y de mi vida en general, no tengo amigos y no aguantaba más la situación. Creo que necesito un cambio.

Se quedó callado, pensativo, sin articular palabra y sin mover un músculo, con la mirada perdida.

-Te he visto antes. Parecías frustrado.

-Lo estoy.

-¿Por qué?

-Mi vida es bastante complicada.

Seguía con la mirada clavada en los matorrales que tenía en frente.

Hice acopió de valor, y sin más dilación dije:

-Sé quién eres. Sé muy bien quien eres aunque, créeme, te he visto auí por casualidad. En un principio ni siquiera sabía si podías ser tú. Supongo que todos tenemos problemas, pero tú has logrado tú sueño, eres cantante en un grupo, viajas, y tienes absoluta libertad sobre tu vida, haces lo que quieres cuando quieres...¿Por qué estás tan frustrado?

Giró la cabeza y me observó atentamente. Luego volvió a dejar que su mirada se perdiera en la oscuridad de nuevo.

Durante unos minutos permanecimos en silencio. Sólo se oía el ulular del viento, los chasquidos de las hojas secas al chocar unas contra otras, y de vez en cuando, algún movimiento que no pude identificar y que, probablemente, sería obra de algun pequeño animal nocturno.

Al cabo de un rato volvió a mirarme.

-Te apetece comer algo?

Asentí. Llevaba 2 días sin probar bocado.

Se levantó y se sacudió la ropa.

Siempre me encantó cómo vestía. Era natural. Nada recargado. Simplemente una camiseta negra con la palabra "Slut" en blanco, y unos pantalones vaqueros, deshilachados por los bajos, que se le caían dejando intuir su delgadez.

Me tendió la mano y me levantó del suelo.