viernes, 21 de agosto de 2009

Luz Cegadora

Sentí sus besos, me dejé llevar por ellos. Era una sensación única, sentir sus labios sobre mi cuerpo, una sensación que creía que jamás volvería a sentir.
Cerré los ojos y disfruté el momento. El sol que se filtraba a través de las persianas me daba en la cara, por lo que me sentía mejor así.

Ni en mis sueños me imaginé nunca ese momento. El momento más perfecto de mi vida.

Sentía la respiración de Bert cerca de mi mejilla, continuó repartiendo besos por todo mi cuello y esbocé una sonrisa de pura satisfacción, a lo que él respondió sellando mis labios con otro beso.

No tenía ni idea de qué hora era, casi ni tenía idea de dónde estaba, pero ya nada me importaba.
Esa luz que había aparecido en mi camino disipaba todas mis preocupaciones.
Y en verdad se lo agradecía.

Abrí los ojos. Mis dedos pasaron por toda la superficie de su torso, examinando cada centímetro de su piel, grabándola a fuego en mi mente.
Mis labios se pegaron a los suyos una vez más, como bebiendo de ellos.

Y allí nos quedamos alrrededor de un par de horas más, sobre ese colchón desvencijado, en la que a mí me parecía la habitación más desordenada y a la vez la más increíble de las que había estado nunca, besándonos, acariciándonos, haciéndo todo lo que siempre quise hacer, viviendo cada minuto con él como si fuera el último.
La noción del tiempo no existiía para mí, y dudaba que tampoco para Bert.

En cierto momento, el se incorporó, cogió un cigarrillo y lo encendió con parsimonia.
Yo estaba completamente ensimismada, tanto con mis propios pensamientos, como con lo que me rodeaba. Me dediqué a seguir la trayectoría del humo que desprendía el cigarrillo de Bert hasta que este desaparecía ante mis ojos, pero nada me importaba.

Me dediqué a pensar en todo lo que me había enseñado Bert sin saberlo él siquiera.

Y justo cuando todo lo que me había enseñado él ya me daba absolutamente igual que todo, apareció el en persona para recordarme la importancia de todo eso.
La luz se había vuelto a encender para mí, pero esta vez con una claridad insuperable.

Pensé también que hubiera sido de mí si él no hubiera aparecido en mí camino. Tal vez estubiera muerta por cualquier caso, tal vez me encontraran mis padres...demasiadas cosas podrían haberme pasado. Pero sobre, que seguiría sumiendome en una oscuridad sin una pizca de claridad.
Y él fué quién puso luna a mí noche eterna.
Fué quién me volvió a dar las ganas de seguir viviendo.

Y lo que es más importante, él me había enseñado a no rendirme, a hacer lo que quisiera y cuando quisiera.

Apoyé mi cabeza en su pecho, sintiendo su respiración acompasada, los latidos de su corazón.
Sentí su mano posarse sobre mi cabello, rozándolo con la yema de los dedos.

Sonreí, él le dió una nueva calada al cigarrillo y cerró los ojos.
Y ese fué el momento más maravilloso de mí vida.

lunes, 3 de agosto de 2009

Luz cegadora

Sentía su olor.

Sentía su presencia.

Sentía su respiración suave, calmada.

Sentía cómo sus dedos tamborileaban en el sofá raído en el que nos hallábamos sentados.

Estaba muy cerca.

Introdujo la mano en el bolsillo, y sacó un paquete de tabaco, gastado por los bordes y arrugado.

'Marlboro Light'

Abrió el paquete, y sacó un cigarro algo doblado.

Me ofreció el paquete sin decir ni una sola palabra.

Acepté el cigarro y me lo puse en la boca, al tiempo que él sacaba de su otro bolsillo uno de esos mecheros zippo, negro.

Cuando lo acercó para encerme el cigarro, pude distinguir, grabadas en un dorado sucio, las palabras 'Free Spirit'

Comprendí que llevaba su filosofía de vida a la práctica, que se lo recordaba una y otra vez, que tenía sus principios perfectamente asentados. Estaba seguro de sí mismo. Seguro de lo que era. Seguro de quién era.

Mi admiración por él no hacía más que crecer por momentos, y a velocidades vertiginosas.

Me encantaba lo que, sin palabras, me enseñaba, simplemente siendo él mismo.

Después de encender su propio cigarro, volvió a guardar el mechero en el bolsillo de sus vaqueros gastados.

Di una calada al cigarro e inhalé el humo, lo más profundamente que pude. Exhalé el aire y me sentí mucho más tranquila.

Me hallaba como en una nube. Relajada. Recostada en el sofá. Con Bert al lado, como si nos conocieramos de toda la vida. Con un silencio reinante que incitaba a pensar que no hacían falta las palabras para que ese momento fuera pleno.

Bert se descalzó, sin utilizar las manos, ayudándose de los pies y sin desatarse los cordones.

Apoyó los pies, enfundados en unos calcetines blancos (desgastados por la zona del talon y con un pequeño agujero por el que se entreveía un poco de piel de su dedo gordo) en la mesa, y una lata de cerveza vacía cayó al suelo, pero él ni se inmutó.

Estaba ahí, fumando, con los ojos cerrados y respirando hondo, con los brazos apoyados en el respaldo del sofá.

-¿Por qué has venido hasta aquí?

-¿Cómo?

-Al fin y al cabo, no me conoces, soy un completo extraño. Te has ido con un desconocido al que no conoces de más de tres horas, a su casa. Un poco imprudente ¿no?

-No me intimidas. Es cierto que no te conozco de nada, pero siempre he tenido buen ojo para la gente, quizás por eso no tenga casi ningún amigo, porque no me fío de nadie. Pero contigo es distinto, me das cierta confianza, y no porque seas un cantante famoso, ni porque te esté idealizando. Simplemente me siento cómoda y tranquila. ¿Por qué intentas asustarme?

-Porque si no hubiera sido yo con el que te hubieras topado, a saber lo que podría haberte pasado.

-Si no hubieras sido tú con quien me hubiera topado, no habría caminado más de dos pasos cerca de ti.

-De todos modos, nadie te asegura que no esté loco y que pueda hacerte alguna barbaridad- rió entre dientes, y no dejó de mirarme con una mirada un tanto pícara.

El capullo estaba intentando intimidarme. Quería probarme. Seguramente creía que era una niña que le había seguido por ser quien era.

Pues iba a demostrarle que se equivocaba. No pensaba halagarle, ni idealizarle ni ponerle por las nubes. No creía que tuviera el ego subido, pero no queria que pensara que lo veía como un dios.

- Es cierto, tienes razón. Nadie me asegura nada.

Apagué mi cigarro en el cenicerro repleto de colillas y me levanté. Acto seguido me dirigí hacia la puerta.

Y reaccionó.

Justo cuando estaba a punto de alcanzar el picaporte, se levantó bruscamente y se dirigió hacia mí, con una mirada que aún hoy cuando la recuerdo, me hace estremecer.

Me agarró del brazo, me giró hacia él y me miró a los ojos, a escasos centímetros de mi cara.

Y sin apartar la vista ni un segundo, manteniendo la intensidad de aquella mirada, me dijo:

-Quédate.

-¿Por qué debería hacerlo? ¿No has dicho que podrías hacerme cualquier cosa? Tendré que mirar por mi seguridad.

-Lo he dicho para probarte. Quédate.

Y ya no pude resistir la tensión por más tiempo. No conseguí mantener ese tira y afloja, y la cuerda se rompió.

No sé de dónde me vino el impulso, ni siquiera sé si realmente era yo.

Sólo sé que exploté por dentro y no pude resistirlo más. Me lancé a sus labios, a morderlos, a lamerlos, a besarlos con fuerza, sintiendo cada roce, cada movimiento.

Creo que en un principio le pilló de sorpresa. Creería que estaba enfadada o algo, y no se espero mi reacción, porque se quedó parado durante un instante.

Pero acto seguido me agarró con fuerza, una mano en la cadera, la otra en la nuca, agarrándome del pelo, con fuerza pero sin hacerme el más mínimo daño.

Se compenetró a la perfección con la fuerza y el movimiento de mis besos y se entregó a ellos como yo a sus labios.

Nuestras lenguas se movían a la perfección, acompañando el movimiento de los labios. Noté su sabor a tabaco, mezclado con el olor del sudor de su cuerpo, y eso hizo que me excitara aún más.

Me levantó del suelo, y yo rodeé su cuerpo con mis piernas. Mientras, me revolvía el pelo, pero no dejó de besarme ni un solo segundo.

Me llevó así, en volandas, a su cuarto, compuesto por un colchón tirado en el suelo, con un par de sábanas gastadas, un equipo de música y una mesilla de noche, a más altura que el colchón.

Mientras me depositaba suavemente sobre el colchón (que era bastante cómodo para mi asombro), me miró de nuevo a los ojos, y pude distinguir en ellos un punto de ternura y lujuria al mismo tiempo, que hizo que mis hormonas bailaran dentro de mí de tal forma, que yo misma le atraje contra mi cuerpo, tirando hacia mi de su camiseta.

Le sentía sobre mí, con su pelo largo que se le venía a la cara.

Sentia su pecho, sentía sus costillas, sus caderas.

Sentía su movimiento, lento, hacia arriba y hacia abajo, mientras me sujetaba por los hombros al tiempo que mordía mi cuello, mi oreja...

Yo no podía hacer más que cerrar los ojos y agarrar su espalda.

Le levanté la camiseta por detrás, y toqué su piel. Era suave, blanca, y tenía la espalda adornada con lunares casuales, pero de gran tamaño.

Se separó un poco de mí y se quitó la camiseta. Su piel era blanca, más o menos como la mía, y tenía muy poco pelo.

Admiré durante el poco tiempo que pude mantener la vista fija en su torso, un lunar en la parte izquierda del abdomen, y en la derecha, su tatuaje de líneas que mostraba un muñeco cabezón con un brazo levantado.

Nunca pensé que vería ese tatuaje tan de cerca.

Me quité mi camiseta, y seguí besándolo como si me fuera la vida en ello, aún incorporada, ya que, al tiempo que respondía a mis besos, él me desabrochaba el sujetador.

Estando ambos desnudos de la parte de arriba, cada movimiento proporcionaba un roce entre mi pecho y el suyo, ademas del roce de su piel, que hacían que mi líbido se disparara.

Si a esta situación sumamos que, mientras me besaba, mordía mi cuello o lamía mis orejas, sus manos acariciaban mis pechos , apretaban mis caderas y volvían a subir para rozar mis pezones, la sensación que me invadía traspasaba todos los límites que yo había contemplado. Nunca imaginé que yo pudiera sentir algo así de intenso.

Sentía su aliento y el sudor, ese olor que desprendía su sudor, era lo que más me ponía. Supongo que es cuestión de feromonas, pero era algo inexplicable el nivel de excitación que me producía su olor.

Me desabrochó los pantalones y bajó la cremallera de los mismos, al tiempo que yo tiraba de la correa de su cinturón y hacía lo propio.

Me bajó las bragas y, al tiempo que me besaba, se hizo un hueco con sus dedos entre mi pubis. Primero empezó a estimularlo suavemente, luego, fue cogiendo velocidad, y finalmente, introdujo los dedos en mi interior, sin apartar la vista de mi cara.

Yo palpaba su miembro, primero por encima de los calzoncillos, luego en el interior de éstos.
Era de tamaño medio, pero bastante grueso y eso si, estaba dura como una piedra.

Mientras subía y bajaba la piel de su prepucio, se le escapaba algún que otro gemido, que unidos a los míos, me provocaban un vuelco en el interior y aumentaban aún más mi excitación.

Yo estaba totalmente lubricada, y él segregaba líquido pre-seminal por momentos.

De repente, pasó de besarme el cuello a morderme la clavícula, a besar mis pechos, a juguetear con mis pezones en su boca, a besarme el ombligo...

Bajaba cada vez más, y a medida que bajaba, su pelo me cubría y acariciaba mi piel, poniéndome la carne de gallina.

Cuando sentí su aliento tan cerca de mi vagina, no pude reprimir un espasmo y todo mi cuerpo se convulsionó....por primera vez.
Ya que cuando empezó a besarme, a lamerme y a 'morderme' con los labios los puntos erógenos que tanto placer causan, mi cuerpo entró en una sucesión de espasmos, convulsiones, jadeos y pelos de punta que tuvieron como respuesta el aceleramiento de su lengua en mi clítoris.

Por miedo a correrme antes de lo debido, y como quería alargar la experiencia lo máximo posible, me doblé, le cogí de la cabeza, enredando mis dedos en su pelo, y le hice subir, para darle la vuelta y ponerme yo encima.

Ahora era yo quien llevaba las riendas, y mientras le besaba, empecé a estimular su pene con más fuerza y más velocidad.

Fui yo quien mordió su clavícula, quien besó su pecho, quién bajó rozando con los labios su abdomen, quien mordió su tripa...

Le quité los calzoncillos y vi su miembro ante mí, erecto, con una vena que lo atravesaba de arriba a abajo que parecía estar a punto de reventar.

La besé, empezando desde abajo, y al llegar al glande, con un tono entre rosado y púpura, me lo metí en la boca, ahuecándola lo máximo que pude, para que entrara sin rozar con las muelas.

Jugueteé con ella un rato, moviéndola en mi boca, frotándola con la mano, compaginando ambos movimientos.

Hasta que llegó un punto en el que se incorporó, me sujetó la cara por la barbilla, me miró a los ojos (su mirada esta vez, a pesar de sus ojos azules, ardía) y dijo entrecortadamente:

''Ya no puedo más. Quiero entrar dentro de tí, quiero sentirte dentro de mi. Ahora.''

Me levanté y me lancé a besarle, y ambos rodamos por el colchón, acabando él sobre mí.

Abrí las piernas y rodeé con ellas su cadera. Él colocó el pene en el borde de mi vagina, me miró a los ojos....y empujó.

Los hombros se me echaron hacia atrás, al igual que la cabeza, con la barbilla levantada y el abdomen contraído. Su pelo rozaba mi hombro, y sentía su aliento y sus jadeos en mi oído, pues nos rozábamos la cara.

Sus embestidas me causaban un placer insondable, pues multiplicaban la excitación que ya tenía, y el roce era constante.

En un principio, fueron lentas y profundas, pero poco después empezaron a ser cada vez más rápidas. Seguían siendo profundas, pero la velocidad aumentaba cada vez más, y junto con la sensación de notar sus testículos contra la parte intermedia entre mi vagina y mi culo, la tensión sexual fue acumulandose cada vez más.....


Supe que me iba a correr.

Miré su cara.

Supe que se iba a correr.

Él miró la mía y también lo supo.

Así pues, sin dejar de mirarme a los ojos, aceleró aún más el ritmo de las penetraciones, y justo cuando iba a tener mi orgasmo, justo cuando cerré los ojos, él apoyó todo el peso de su cuerpo sobre un solo brazo, tensando los músculos, y con el otro me cogió la cara y me dijo entre jadeos:

-Mí...ra....me....Mí....ra....me...

Y abrí los ojos. Y los mantuve abiertos a duras penas cuando el orgasmo se canalizó en mi cuerpo y lo recorrió de arriba a abajo, haciendo que se doblara, y no me arrepiento, pues no he tenido visión, recuerdo o imagen más placentera e intensa, que a Bert sudando, con sus ojos fijos en mí, luchando también por no cerrarlos, con los labios rojos por el roce, la boca semi abierta, y la cara contraída por el placer que yo le estaba proporcionando, al tiempo que jadeaba y emitía gemidos entrecortadamente.

Ambos terminamos abrazados en una última convulsión mutua, y nos quedamos así largo rato, todavía el uno en el interior del otro.

Nos miramos a los ojos. Su mirada era ahora la más tierna que pudiera imaginar, y a pesar de estar exhausto y jadeante, mostraba una media sonrisa.

Me besó suavemente en los labios, me sonrió con una sonrisa plagada de ternura, y me dijo:

-Gracias por haberte quedado.
-Quería quedarme.
-Y yo que te quedaras.

Acto seguido, ambos nos tumbamos en aquel colchón, yo apoyada en su pecho, de lado, y él boca arriba.

Debí de quedarme dormida mientras me acariciaba el pelo, pues cuando desperté, al medio día del día siguiente, yo miraba hacia la ventana, por la que entraban pequeños haces de luz a través de la persiana bajada, y sus brazos me rodeaban la cintura, mientras él me besaba suavemente en el oído.


miércoles, 22 de julio de 2009

Luz cegadora

De repente sentí que desde hacía ya algún rato tenía la boca seca, por lo que respondí con una afirmación a su pregunta lo más amablemente que pude.

Me quedé unos minutos más contemplando la estancia. Estaba maravillada ante la forma de vivir que llevaba, a pesar de que no fuera un sitio de lo más acogedor, a mí me lo parecía.
Desde siempre estube acostumbrada al riguroso orden que llevaban mis padres en casa, a pesar de que yo no hacía caso a ese orden en mi habitación. Pero sin embargo me extrañaba ver ese peculiar desorden en casa de Bert, y por muy difícil de entender que resulte, esa extrañeza me encantaba.

El fino hilo de mis pensamientos fué roto por su voz, que sentí que me llamaba todavía desde la cocina. Me dirigí hacia allí, no sin cierta curiosidad.

La cocina mostraba la misma clase de orden que el resto de la casa que ya había visto. Aparté con el pie una lata de cerveza que se interpuso en mi camino justo cuando estaba a punto de entrar en la cocina, y tomé el vaso de agua que me ofreció.
Bebí todo el líquido del recipiente de un solo trago, haciendo desaparecer ligeramente esa sensación que se había instalado en mi boca desde hacía algún rato, aunque no se hubiera desvanecido del todo.
En ese momento me dí cuenta de que Bert no había separado su vista de mí desde que había entrado en la estancia, como si su mirada se hubiera quedado fijada en mi de alguna forma.

Dejé el vaso sobre la encimera no sin antes dedicarle una mirada, perdiéndome una vez más en sus ojos azules, del color del hielo, que tanto me apasionaban una y otra vez.

Fué él quién dejó de mirarme para encaminarse a la sala. Yo lo seguí, no tenía pensado quedarme allí, y menos de apartarme de él, no en ese momento.

Se sentó sobre el sofá, y yo me senté a su lado sin saber que hacer o decir. Su mera presencia bloqueaba todos mis sentidos. Por lo normal haría lo primero que se me pasara por la cabeza, pero con él todo era diferente.

Siempre pensaba que la gente que me rodeaba no se merecía mi atención, creo que por eso me comportaba como usualmente hacía.
Pero él captaba todos mis sentidos. Mis cinco sentidos estaban puestos en él, y de esta forma, no reaccionaba ante nada más que no fuera él.

Su mirada volvió a buscar la mía, como si pretendiera que nos comunicásemos de esa forma. Y una vez más, me perdí en sus ojos azules, acercándome más a él inconscientemente. Me pareció que a él no le importó, es más, me pareció que le gustó aquello que hice, pero no sabía como reaccionar ante eso todavía.

Quise dejarme llevar, si el quería hacer algo que lo hiciera, yo no iba a hacer nada. En parte creo que era porque en verdad tenía miedo de hacer algo mal, de ahí mi falta de valor.

Y así me quedé, demasiado cerca de él, pero sin el valor suficiente como para acercarme más, mirando fijamente sus profundos ojos azules que irradiaban esa luz que tanto me había cegado pero que ahora tanto me ayudaba a comprenderlo todo.
Y solo haciendo eso, me sentí como en el cielo.

martes, 7 de julio de 2009

Luz Cegadora

Tenía los ojos fijos en mí. No entendía que podía encontrar tan interesante, porque me observó comer sin decir una sola palabra, con esa sonrisa fugaz que aparecía de repente.

Mientras me observaba, bebía su copa en tragos considerables.

Cuando terminé mi sandwich, alcé la cabeza, y por primera vez, reuní el valor necesario para sonreirle.

Llevábamos en silencio prácticamente 20 minutos, pero en ese momento el silencio se hizo más profundo, tenía una consistencia tangible, pero a la vez agradable, pues era uno de esos silencios llenos de significado.

Uno de esos silencios que se crean no cuando no hay nada que decir, sino cuando sobran las palabras.

Se levantó de repente, se terminó su copa de un trago, y me cogió del brazo para levantarme, sin que pudiera reaccionar o tan siquiera probar mi café.

Salimos a las calle. Debía de ser la 1.30 de la madrugada.

En ese momento mi cuerpo era una auténtica bomba de relojería. Todo me había pillado por sorpresa, aún no me había dado tiempo a asimilar que estaba en un bar tomando algo acompañada de Bert, cuando de repente, se producía un contacto que no había esperado.

Tenía la mano fría, los dedos largos, las venas marcadas dibujaban surcos azules en aquella pálida superficie...Y me apretaba.

Apretaba mi mano, produciéndome un éxtasis de sensaciones contenidas, caóticas, contradictorias.

No sabía si reír o llorar de la felicidad, no sabía si centrarme en la sensación de euforia que me producía su contacto, si dejarme llevar por los nervios que me hacían temblar como un flan o, por el contrario, deleitarme en el revoltijo que se agitaba en mi estómago.

Eso sí, no podía pronunciar ni una sola palabra. Sólo podía caminar, intentando seguir su ritmo, con la mirada clavada en sus playeras negras, que se movían a una velocidad que me resultaba difícil seguir sin hacer movimientos que podrían calificarse como un ''trote''.

Las baldosas grises de la acera se movían rápidamente, al igual que los círculos luminosos formados por la luz naranja de las farolas.

Andamos a su paso una media hora, y sobre las 2, se detuvo, de repente.

-En qué piensas?

A qué venía esa pregunta?? Me estaba desconcertando de verdad. Esos cambios tan repentinos y sin sentido aparente, contrastaban en mi cabeza, y formaban un entresijo de pensamientos que chocaban impidiéndome reaccionar.

-Me desconciertas.

Soltó una carcajada. Por un momento tuve la sensación de que se estaba burlando de mí. Mi cara de perplejidad debió de ser un cuadro.

-Por qué?

-Porque de repente me coges, me levantas, y me traes a un sitio que desconozco por completo, sin soltarme la mano en todo el trayecto, y me preguntas que pienso.

-Simplemente me gustaría saber cómo te sientes. Todo esto es muy repentino, y no quiero que por un momento te sientas incómoda. Sé que tengo cambios bruscos, de hecho me pasa constantemente, pero no lo puedo controlar. Cuando algo se me viene a la cabeza, simplemente lo hago, me dejo llevar por el impulso.

-Cuál ha sido el impulso que te ha hecho sacarme del bar a toda prisa y traerme aquí?

-Este.

Y se acercó, lentamente, con los ojos abiertos, sin parpadear ni una sola vez, fijándolos en los míos. Cogió mi cara con suavidad, y alzándola por la barbilla, me besó.

Sus labios eran suaves, estaban húmedos y se movían a la perfección, compenetrándose con los míos, que simplemente se entregaron a ese beso sin que yo pudiera controlarlos.

Su lengua humedecía el interior de mis labios y se fundía con la mía en un juego perfecto.

Terminó el beso agarrando con suavidad mi labio inferior entre el suyo y sus dientes, y volvió a mirarme a los ojos, ya que cuando los abrí sólo pude sumiergirme en ese océano azul que era su mirada, al tiempo que me ahogaba en las sensaciones que se apelotonaban en mi interior, luchando por salir.

No soy una chica que sienta con facilidad. A decir verdad, me cuesta bastante sentir, abrirme a otras personas y cuidar de los que me rodean. Normalmente voy a mi bola, vivo en mi mundo y soy bastante cerrada.

Muchos chicos habían intentado romper mi coraza en vano y habían salido perjudicados en el intento, causándome a mi un grato remordimiento de conciencia por haberles hecho daño, y la agradable sensación de ser un témpano de hielo.

Bert destruyó mi teoría desde los pilares. Me demostró que sí podía sentir.

Pero mis propias emociones me desbordaban y estaba perdida entre el asombro que me causaba estar sintiendo todo aquello, y la euforia por todo aquel caótico conjunto de sentimientos que se arremolinaba en mi interior.

No estaba sintiendo exclusivamente lujuria. Era mucho más. Era como un subidón que trepaba por mi estómago, pero que al mismo tiempo me paralizaba. Era una sensación de flojera cada vez que lo miraba a los ojos, y al mismo tiempo unas ganas irremediables de lanzarme hacia sus labios y poder volver a disfrutar un beso como aquel.

Y la sensación que primaba y que, al mismo tiempo, era la que más me gustaba de todas, era la de una conexión increíble, eléctrica, que desembocaba en un cariño infinito, una admiración profunda y una comprensión mutua.

Sin articular palabra, volvió a cogerme de la mano, haciendo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal, pero esta vez con una suavidad y una dulzura infinitas.

Sacó una pequeña llave metálica, algo oxidada, del bolsillo de sus vaqueros desgastados, la introdujo en la cerradura de una pequeña puerta negra, bastante vieja, y la giró hacia la derecha.

Una vez en el portal de aquel pequeño edificio, guardó la pequeña llave de nuevo en su bolsillo, y, sin soltarme la mano ni un segundo, caminó hacia unas escaleras que bajaban por un pasillo oscuro y húmedo.

Al bajar las escaleras, agarrándome con la mano que me quedaba libre a la vieja barandilla chapada en rojo, que no ofrecía ninguna seguridad por la poca sujección que presentaba, miré a mi alrededor, y sólo pude observar, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, una pequeña puerta de madera roída y astillada, sin ningún tipo de indicación sobre ella. Ni número ni letra. Nada.

Bert volvió a sacar una llave, esta vez una algo más grande, plateada, pero igualmente desgastada y oxidada que la anterior, y abrió la puerta, que emitió un agradable chirrido.

Al mirar en su interior, vi un pequeño espacio con un sofá, un cuarto a la derecha que parecía una cocina, uno al fondo que supuse que sería el baño, y otro a la izquierda del salón, cuya puerta entreabierta dejaba ver una cama deshecha.

Todo estaba completamente desordenado, no había nada en su lugar. Y me encantó. Me encantó el caos que contemplaba, porque en él se reflejaba la personalidad de Bert. La ropa sin doblar, tirada por toda la estancia. La pequeña mesita del salón con un cenciero repleto de cigarrillos apagados, aplastados, dejando un olor a tabaco que se extendía por todo el local. Dos cojines deshilachados bajo el sofá, que estaba arrugado. Los botellines y latas de cerveza podían encontrarse en cualquier rincón, ya fuera la mesita del salón, el suelo, o encima de la repisa del lugar donde se coloca el papel higiénico (nunca he sabido cómo se llama semejante objeto), por no hablar de velas consumidas por todo el salón, calzoncillos decorando la televisión o los restos de droga (presumiblemente cocaína) que quedaban encima de la mesa.

No se preocupaba por que todo estuviera perfecto, simplemente él vivía ahí (cosa que me gustó aún más, pues podría haber vivido en un flamante chalet o una imponente mansión en las típicas calles clónicas americanas en las que ambos lados de la acera presentan las mismas estructuras, separadas entre sí por jardines exquisitamente cuidados) y usaba sus cosas cuando le apetecía. No tenía por qué tener un orden ni seguir pautas para vivir cómodamente, asignando un lugar concreto a cada objeto. Simplemente hacía lo que le apetecía y dejaba las cosas donde le daba la gana. Me encantó esa faceta.

Por primera vez soltó mi mano, se dirigió a la cocina y preguntó desde allí:

-Quieres agua?

domingo, 5 de julio de 2009

Luz Cegadora

Caminamos largo rato, en silencio. Ninguno de los dos decía nada.

Me dediqué a mirar fijamente al suelo mientras andaba, como solía hacer cuando no tenía nada mejor que hacer o decir, pero en este caso era, simplemente, que no me atrevía a levantar la mirada. Creo que él hizo lo mismo , pero no estoy segura, ya que mi mirada solamente seguía el movimiento de mis pies.

Sentía que, si lo miraba demasiado, él pensaría que en realidad lo había estado siguiendo, y que todo lo que le había dicho antes tal vez lo había fingido para conseguir estar con él.

No quería que pensara que era una de esas fans histéricas. Nunca lo había admirado por el simple hecho de ser famoso, o el cantante de mi grupo favorito. Si me había calado tan hondo, era porque me sentía identificada con él, con la honestidad de sus letras, y admiraba profundamente su personalidad, por no haber tenido los recursos necesarios y haber luchado por sus sueños hasta el final.

Tragué saliva ante el pensamiento de que pudiera confundir mis intenciones..

Ahora que lo tenía a mí lado, sentía que tal vez mis sueños no fueran tan inalcanzables.

Por una vez mis pensamientos no fueron oscuros, si no algo más optimistas, como si estuvieran iluminados tenuemente por primera vez, por la luz que me había inundado desde el momento en el que me quedé contemplando sus ojos.

Entramos en un bar pequeño, algo cochambroso y poco concurrido. Nadie había en las mesas, y sólo dos hombres de aspecto sospechoso ocupaban la barra.

Nos sentamos en una mesa junto a una de las ventanas.

Una mujer de aspecto descuidado nos atendió. Llevaba el pelo canoso recogido en un moño, del que sobresalían algunos mechones. El delantal que lucía, presentaba un color grisáceo y estaba repleto de manchas de aceite y de grasa.

En ese momento me dí cuenta de que, a pesar de llevar dos días sin comer, tampoco tenía tanta hambre. Mi estómago ya se había acostumbrado a estar vacío, y no quise forzarlo demasiado. Era algo positivo.

Pedí un café, y a pesar de todo, lo acompañé con un sandwich de manteca de cacahuete.

Él pidió una copa de Jack Daniel's.

Esperamos silenciosamente a que nos trajeran lo que habíamos pedido, y en cuanto llegó, comencé a comer con avidez sin poder evitarlo.

Cuando me quise dar cuenta, él me estaba mirando, sin saber exactamente con qué expresión hacerlo.

Frené mi impetú, y por fin pude ver en él una sonrisa. La primera vez que lo veía sonreír desde que lo había encontrado.

Fué una sonrisa fugaz, pero para mí fué suficiente.

Si por fin había visto verdadera luz al mirar sus ojos azules, en el momento en que una sonrisa se reflejó en su rostro,esa sensación fue mucho más intensa.

Jamás me había sentido así, y dudaba volver a hacerlo en años, por lo que dejé que su luz me inundara nuevamente, llenando cada hueco de mi ser, hasta que me sentí lo suficientemente bien como para llegar a la conclusión de que la etapa de oscuridad acababa de terminar y viviría de verdad, al máximo, y lucharía por cumplir todos mis sueños, por imposibles o difíciles que fueran.

En ese mismo instante supe también que la huella que dejaría Bert McCracken en mi vida sería inborrable, y que la marcaría para siempre.

Luz cegadora

-Quién eres?

Pude atisbar un pequeño halo de curiosidad en su mirada, pero no sonrió.

-Me llamo Alex - Balbuceé como pude esas tres palabras, ya que, aparte de la cohibición que sentía por estar frente a mi ídolo, siempre me sentía algo estúpida cuando me preguntaban mi nombre, pues era el diminutivo de Alexia y parecía un nombre claramente masculino.

Si bien, mi nombre era una de las pocas cosas que me gustaban de mí. Me gustaban los nombres de chico en una chica, ya que yo siempre había sido bastante distinta a las chicas que me rodeaban...

Nunca jugué con muñecas, ni me ponía vestidos, ni me maquillaba... Quería ser una persona natural, sin necesidad de los potingues que utilizaban las chicas de mi edad para realzar su imagen.
Odiaba eso. Odiaba que la imagen externa fuese tan importante en la sociedad.

Una cosa era vestir a una manera muy propia, o llevar el pelo de una u otra forma....pero últimamente sólo veía chicas increíblemente recargadas, que fomentaban el auge de la superficialidad y que sólo se interesaban en la moda y en los hombres.

-Qué haces aquí?

Estaba a la defensiva. Obviamente creía que era una fan histérica que le había seguido en su peor momento y estaba invadiendo su intimidad, cuando realmente yo ni siquiera sabía que él estaba en Los Ángeles.

-Me he escapado de casa y he acabado aquí.

Su rostro se relajó y la suspicacia con la que me miraba, se tornó en una ligera comprensión.
Pude distinguir una media sonrisa.

-Siéntate- dijo señalando un pedazo de césped junto a él, cubierto de hojas secas.

Me acerqué. Poco a poco. Despacio. Tenía que calmarme, el corazón me iba a mil por hora y temía que las piernas me fallaran de un momento a otro.
Me senté, no demasiado cerca de él, pues temía estallar en mil pedazos al mínimo roce con la tela de sus pantalones gastados.

-¿Por qué te has escapado?

-Estoy harta de mis padres y de mi vida en general, no tengo amigos y no aguantaba más la situación. Creo que necesito un cambio.

Se quedó callado, pensativo, sin articular palabra y sin mover un músculo, con la mirada perdida.

-Te he visto antes. Parecías frustrado.

-Lo estoy.

-¿Por qué?

-Mi vida es bastante complicada.

Seguía con la mirada clavada en los matorrales que tenía en frente.

Hice acopió de valor, y sin más dilación dije:

-Sé quién eres. Sé muy bien quien eres aunque, créeme, te he visto auí por casualidad. En un principio ni siquiera sabía si podías ser tú. Supongo que todos tenemos problemas, pero tú has logrado tú sueño, eres cantante en un grupo, viajas, y tienes absoluta libertad sobre tu vida, haces lo que quieres cuando quieres...¿Por qué estás tan frustrado?

Giró la cabeza y me observó atentamente. Luego volvió a dejar que su mirada se perdiera en la oscuridad de nuevo.

Durante unos minutos permanecimos en silencio. Sólo se oía el ulular del viento, los chasquidos de las hojas secas al chocar unas contra otras, y de vez en cuando, algún movimiento que no pude identificar y que, probablemente, sería obra de algun pequeño animal nocturno.

Al cabo de un rato volvió a mirarme.

-Te apetece comer algo?

Asentí. Llevaba 2 días sin probar bocado.

Se levantó y se sacudió la ropa.

Siempre me encantó cómo vestía. Era natural. Nada recargado. Simplemente una camiseta negra con la palabra "Slut" en blanco, y unos pantalones vaqueros, deshilachados por los bajos, que se le caían dejando intuir su delgadez.

Me tendió la mano y me levantó del suelo.

martes, 23 de junio de 2009

Luz Cegadora

Me quedé perdida en esa hipnótica mirada largo rato.

Esos ojos me dejaban sin palabras, sin acciones que realizar.

En uno de los peores momentos de mi vida, estaba contemplando un poco de luminosa y brillante luz entre toda la oscuridad, surgiendo de la nada.

Permanecí en silencio, las palabras no salían de mis labios, aunque me moría por hablar, por cerciorarme de si era cierto lo que veía.

Él me había enseñado a vivir la vida, aunque yo hubiera fallado en el intento.

Él me había enseñado que tenía que ser yo ante todo, y no seguir a la multitud, sencillamente hacer lo que me gustaba, lo que quería, lo que me pidiera el cuerpo en cada momento, sin importarme lo que pensaran los demás.

Él...me lo había enseñado prácticamente todo.

Y cuando por fin lo tenía delante, me había quedado callada, como una idiota, hipnotizada por esos ojos azules que se clavaban en mí, atravesándome.y haciéndome sentir totalmente indefensa.

Indefensa e increíblemente pequeña.

Pero sentía que si apartaba mi mirada de ellos, desaparecería.

Eso supondría alejarme de esa luz cegadora y volver a sumirme en la profunda oscuridad que me rodeaba desde hacía algún tiempo, como una noche eterna.

No era una oscuridad tangible, era como un aura que me rodeaba desde hacía algún tiempo, cuando habían empezado a desaparecer mis ganas de vivir, mis motivaciones, cuando sencillamente, había empezado a perder todo por lo que luchar.

Y ahora, frente a aquellos ojos azules, cristalinos, transparentes, volvía a recordar que debía luchar, renovando mis ganas de vivir, de seguir adelante, de no temerle a nada, de VIVIR, como no lo había hecho nunca.