martes, 7 de julio de 2009

Luz Cegadora

Tenía los ojos fijos en mí. No entendía que podía encontrar tan interesante, porque me observó comer sin decir una sola palabra, con esa sonrisa fugaz que aparecía de repente.

Mientras me observaba, bebía su copa en tragos considerables.

Cuando terminé mi sandwich, alcé la cabeza, y por primera vez, reuní el valor necesario para sonreirle.

Llevábamos en silencio prácticamente 20 minutos, pero en ese momento el silencio se hizo más profundo, tenía una consistencia tangible, pero a la vez agradable, pues era uno de esos silencios llenos de significado.

Uno de esos silencios que se crean no cuando no hay nada que decir, sino cuando sobran las palabras.

Se levantó de repente, se terminó su copa de un trago, y me cogió del brazo para levantarme, sin que pudiera reaccionar o tan siquiera probar mi café.

Salimos a las calle. Debía de ser la 1.30 de la madrugada.

En ese momento mi cuerpo era una auténtica bomba de relojería. Todo me había pillado por sorpresa, aún no me había dado tiempo a asimilar que estaba en un bar tomando algo acompañada de Bert, cuando de repente, se producía un contacto que no había esperado.

Tenía la mano fría, los dedos largos, las venas marcadas dibujaban surcos azules en aquella pálida superficie...Y me apretaba.

Apretaba mi mano, produciéndome un éxtasis de sensaciones contenidas, caóticas, contradictorias.

No sabía si reír o llorar de la felicidad, no sabía si centrarme en la sensación de euforia que me producía su contacto, si dejarme llevar por los nervios que me hacían temblar como un flan o, por el contrario, deleitarme en el revoltijo que se agitaba en mi estómago.

Eso sí, no podía pronunciar ni una sola palabra. Sólo podía caminar, intentando seguir su ritmo, con la mirada clavada en sus playeras negras, que se movían a una velocidad que me resultaba difícil seguir sin hacer movimientos que podrían calificarse como un ''trote''.

Las baldosas grises de la acera se movían rápidamente, al igual que los círculos luminosos formados por la luz naranja de las farolas.

Andamos a su paso una media hora, y sobre las 2, se detuvo, de repente.

-En qué piensas?

A qué venía esa pregunta?? Me estaba desconcertando de verdad. Esos cambios tan repentinos y sin sentido aparente, contrastaban en mi cabeza, y formaban un entresijo de pensamientos que chocaban impidiéndome reaccionar.

-Me desconciertas.

Soltó una carcajada. Por un momento tuve la sensación de que se estaba burlando de mí. Mi cara de perplejidad debió de ser un cuadro.

-Por qué?

-Porque de repente me coges, me levantas, y me traes a un sitio que desconozco por completo, sin soltarme la mano en todo el trayecto, y me preguntas que pienso.

-Simplemente me gustaría saber cómo te sientes. Todo esto es muy repentino, y no quiero que por un momento te sientas incómoda. Sé que tengo cambios bruscos, de hecho me pasa constantemente, pero no lo puedo controlar. Cuando algo se me viene a la cabeza, simplemente lo hago, me dejo llevar por el impulso.

-Cuál ha sido el impulso que te ha hecho sacarme del bar a toda prisa y traerme aquí?

-Este.

Y se acercó, lentamente, con los ojos abiertos, sin parpadear ni una sola vez, fijándolos en los míos. Cogió mi cara con suavidad, y alzándola por la barbilla, me besó.

Sus labios eran suaves, estaban húmedos y se movían a la perfección, compenetrándose con los míos, que simplemente se entregaron a ese beso sin que yo pudiera controlarlos.

Su lengua humedecía el interior de mis labios y se fundía con la mía en un juego perfecto.

Terminó el beso agarrando con suavidad mi labio inferior entre el suyo y sus dientes, y volvió a mirarme a los ojos, ya que cuando los abrí sólo pude sumiergirme en ese océano azul que era su mirada, al tiempo que me ahogaba en las sensaciones que se apelotonaban en mi interior, luchando por salir.

No soy una chica que sienta con facilidad. A decir verdad, me cuesta bastante sentir, abrirme a otras personas y cuidar de los que me rodean. Normalmente voy a mi bola, vivo en mi mundo y soy bastante cerrada.

Muchos chicos habían intentado romper mi coraza en vano y habían salido perjudicados en el intento, causándome a mi un grato remordimiento de conciencia por haberles hecho daño, y la agradable sensación de ser un témpano de hielo.

Bert destruyó mi teoría desde los pilares. Me demostró que sí podía sentir.

Pero mis propias emociones me desbordaban y estaba perdida entre el asombro que me causaba estar sintiendo todo aquello, y la euforia por todo aquel caótico conjunto de sentimientos que se arremolinaba en mi interior.

No estaba sintiendo exclusivamente lujuria. Era mucho más. Era como un subidón que trepaba por mi estómago, pero que al mismo tiempo me paralizaba. Era una sensación de flojera cada vez que lo miraba a los ojos, y al mismo tiempo unas ganas irremediables de lanzarme hacia sus labios y poder volver a disfrutar un beso como aquel.

Y la sensación que primaba y que, al mismo tiempo, era la que más me gustaba de todas, era la de una conexión increíble, eléctrica, que desembocaba en un cariño infinito, una admiración profunda y una comprensión mutua.

Sin articular palabra, volvió a cogerme de la mano, haciendo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal, pero esta vez con una suavidad y una dulzura infinitas.

Sacó una pequeña llave metálica, algo oxidada, del bolsillo de sus vaqueros desgastados, la introdujo en la cerradura de una pequeña puerta negra, bastante vieja, y la giró hacia la derecha.

Una vez en el portal de aquel pequeño edificio, guardó la pequeña llave de nuevo en su bolsillo, y, sin soltarme la mano ni un segundo, caminó hacia unas escaleras que bajaban por un pasillo oscuro y húmedo.

Al bajar las escaleras, agarrándome con la mano que me quedaba libre a la vieja barandilla chapada en rojo, que no ofrecía ninguna seguridad por la poca sujección que presentaba, miré a mi alrededor, y sólo pude observar, cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, una pequeña puerta de madera roída y astillada, sin ningún tipo de indicación sobre ella. Ni número ni letra. Nada.

Bert volvió a sacar una llave, esta vez una algo más grande, plateada, pero igualmente desgastada y oxidada que la anterior, y abrió la puerta, que emitió un agradable chirrido.

Al mirar en su interior, vi un pequeño espacio con un sofá, un cuarto a la derecha que parecía una cocina, uno al fondo que supuse que sería el baño, y otro a la izquierda del salón, cuya puerta entreabierta dejaba ver una cama deshecha.

Todo estaba completamente desordenado, no había nada en su lugar. Y me encantó. Me encantó el caos que contemplaba, porque en él se reflejaba la personalidad de Bert. La ropa sin doblar, tirada por toda la estancia. La pequeña mesita del salón con un cenciero repleto de cigarrillos apagados, aplastados, dejando un olor a tabaco que se extendía por todo el local. Dos cojines deshilachados bajo el sofá, que estaba arrugado. Los botellines y latas de cerveza podían encontrarse en cualquier rincón, ya fuera la mesita del salón, el suelo, o encima de la repisa del lugar donde se coloca el papel higiénico (nunca he sabido cómo se llama semejante objeto), por no hablar de velas consumidas por todo el salón, calzoncillos decorando la televisión o los restos de droga (presumiblemente cocaína) que quedaban encima de la mesa.

No se preocupaba por que todo estuviera perfecto, simplemente él vivía ahí (cosa que me gustó aún más, pues podría haber vivido en un flamante chalet o una imponente mansión en las típicas calles clónicas americanas en las que ambos lados de la acera presentan las mismas estructuras, separadas entre sí por jardines exquisitamente cuidados) y usaba sus cosas cuando le apetecía. No tenía por qué tener un orden ni seguir pautas para vivir cómodamente, asignando un lugar concreto a cada objeto. Simplemente hacía lo que le apetecía y dejaba las cosas donde le daba la gana. Me encantó esa faceta.

Por primera vez soltó mi mano, se dirigió a la cocina y preguntó desde allí:

-Quieres agua?

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